sábado, 28 de diciembre de 2019

Poema 4.23.15



Ya no eres tú aquella amada mía,

Con saliva y deseo creé tu imagen 
Con tinta negra sobre el papel
A partir de un beso alocado
Y la suave tersura de tu piel
Alma de esencia de sueños
Te hiciste vino para mi sed.

Creé con mis manos un ángel, 
Como hizo el mismo Yahveh
Y te puse en una hornacina
En lo alto de un capitel
Para arrodillado adorarte 
Como tu devoto más fiel.
Cubrí tu imagen de besos
Gozando hasta el amanecer

Pero tú eras de carne y hueso
Y no lo supe reconocer
Te esfumaste de mi vida 
Sin que comprendiera el porqué
Mil años llorando tu ausencia
Golpe a golpe contra la pared.

No te conozco ya, amada mía
No eres ya aquella mujer
Que colmaba todos mis sueños 
Con la dulzura de la miel
A penas un espectro lejano
Un sueño del que desperté.

Amarga pena me arrastra
Negra y viscosa como la pez
El vacío que queda en mi alma
Nada lo puede complacer
Te he perdido eternamente
Y en la calle empieza a llover.

miércoles, 16 de octubre de 2019

Escribo despacio tu nombre

Resultado de imagen de escrito sobre hielo
Suavemente deslizo mis dedos
Escribo despacio tu nombre
Sobre la sábana ahora vacía de tu calor
Añorando aquel húmedo abrazo
Arropados por mantas polvorientas
Aquella fría noche de invierno.

Como deslizándose sobre la nieve
Mis dedos dibujan esas cinco letras
Recreando tus negros cabellos
Tus ojos, tus labios finos
El relieve de tus lunares
Tus senos y tu vientre blando

Lejos de ti, escribo tu nombre
Cinco letras en la sábana blanca
Llenando de recuerdo el vacío
Que duerme cada noche a mi lado
Poniendo tu voz al silencio
Dando tu nombre a la ausencia
Pintando colores en mis sueños grises.

Escribo tu nombre y me duermo
Degustando el sabor de tus labios
El calor del perfume tu cuerpo
La dulce blandura de tu vientre
La suavidad de tu pelo
La humedad de tus besos

Y mis manos se mueven en el aire
Dibujando las cinco letras
Con las que escribes tu nombre
Aquel mil veces repetido
En aquellos años lejanos
De una infancia estúpida y robada

El sueño se torna en encuentro
Justamente aquí y ahora
Llegas azul vestida de beso
A llenar ese hueco entre sábanas
Grabadas con tu nombre
Mientras mis dedos resbalan
Escribiendo sobre tu espalda
Estos versos que dormían
Tantos años bajo mi cama.

martes, 1 de octubre de 2019

Ansiedad, Acedía, Tiempo

Resultado de imagen de reloj espiral

I Ansiedad

¿Cuándo terminará esta hora?
¿Y la siguiente…? ¿Y la otra…?
¿Cuándo llegará ese momento
Que aguardo con tanto afán?
¿Y qué es lo que espero?
Otra hora eterna, esa hora
Que,  a penas empezada, 
Desearé impaciente que corra. 

Mientras, intento ahogar al tiempo 
En la banalidad,
Jugando,
Bebiendo,
Andando,
Corriendo…
Contemplando el infinito
De la estupidez humana
Entretenido en nimiedades
Llenando de vacío el vacío 
Engañando ese paso lento 
Eterno, exasperantemente absurdo,
De este lapso baldío.

Y cuando al fin llega ese momento,  
Pronto me hastío
Y enseguida deseo que se agote, 
Para esperar de nuevo  eternamente
Otro momento lejano 
Que pronto será engullido
Por las tinieblas del absurdo,
Por los dientes del pasado,
Por la sombra del olvido.



II Acedía

Un eterno segundo 
Sigue a otro segundo eterno
Y a otro segundo,
Clavado en mi lecho 
Con la mirada extraviada
Más allá de la techumbre.
Nada es lo que espero,  
Tan sólo me ahogo 
En la inmensidad del tiempo 
Atenazado por el ritmo tedioso 
Del perpetuo transcurrir
De cada instante interminable 

Gota a gota
Grano a grano
Va descendiendo la arena 
En la que me ahogo, 
Mientras yazgo tendido inerte
En este árido desierto ardiente.

Indiferentes transcurren 
Los segundos, las horas
Los días,  las semanas...
Nada cambia, sólo la fecha y la hora
Indiferente a la tarde o la madrugada
Lenta e inexorablemente desierto 
El tiempo pasa
Lento
Tedioso
Horriblemente
Vacío.


III Tiempo

Liviano paquete de segundos 
Unos, llamados a convertirse en instantes
Otros a perderse, irremisiblemente
Entre las fauces del olvido. 
Vuelas cuando quiero que te quedes
Y creces hasta lo interminable
Cuando deseo que galopes.

Una escasa ración de momentos, 
Un limitado número de recipientes 
Para intentar llenarlos
En las fuentes de la nada. 
Indiferente lo que se haga, 
El tiempo pasa, 
Mientras, inevitable se aproxima 
La muerte con su guadaña, 
Y, después,
El silencio
Eterno 
Hasta el fin 
De todos los finales 
Hasta el fin...
Del tiempo.

martes, 10 de septiembre de 2019

Poema 4.23.14

Resultado de imagen de te he perdido

Te he perdido, tal vez para siempre


¡Cuántas veces te he perdido!
Te perdí tras el primer beso,
Y luego, después de un abrazo
Y otra vez aquella tarde de junio
Triste anochecer aciago,
herido y abandonado

Te perdí en septiembre, tras un hachazo
En octubre y en noviembre
Y te volví a perder en fin de año
En invierno y en verano

Y de nuevo te perdí año tras año
Igual que un moscón atrapado
Golpe a golpe contra el cristal

Y te seguiré perdiendo, obstinado
Hasta caer extenuado
Y, aún así, te seguiría amando
Para volver a perderte, ya enterrado

martes, 3 de septiembre de 2019

Quiero una cinta

Resultado de imagen de cinta de palabras
Una cinta, quiero una cinta
Una larga cinta de versos
Cadenas y cadenas de palabras
Hechas de eslabones del alma.

Quiero una cinta de versos
Con todos los colores del mundo
Deslizarla entre mis dedos
De principio a final, letra a letra, 

Una cinta de versos eterna
Suave como terciopelo.
Deslizarla sobre tu piel desnuda
Dorada al sol amarillo del ocaso

Una cinta dulce de versos,
Que inunde de azúcar tus labios
Tu lengua, tu boca, tu garganta
Y vuele traviesa entre tus entrañas.

Una cinta, quiero una cinta
Envolverte entera en versos
Tapizarte toda por fuera
Cubrirte de amor por dentro.

miércoles, 28 de agosto de 2019

Clavo mis dedos

Resultado de imagen de dedo en la llaga

A veces aprieto mis brazos 
Estrechando tu cuerpo ausente 
Ebrio de añoranza y pena.
A veces la punta de mis dedos
Acaricia tu caligrafía sencilla
Dolido por la nostalgia


Clavo los dedos en mi herida
Quiero que me duela.
Quiero que me duela
Hasta el fondo del alma,
En lo mas hondo del pecho.
Quiero que me duela
Hasta caer tembloroso.
Quiero sentir el dolor de tu ausencia


Clavo los ojos en tu imagen
Tus ojos claros, tus labios tiernos
Quiero que me duela
Hasta el llanto más amargo 
Hasta enloquecer rabioso

Clavo los ojos en tu mirada
¡Cuánto quisiera  sentir 
el dolor de tu presencia!.

Quiero sentir el dolor
Quiero que me duela 
Temo dejar de sentir,
Dejar de añorar, 
Temo estar ya muerto
Para siempre, sin tu presencia.

miércoles, 19 de junio de 2019

TU AROMA


I

Tu aroma es ahora mi vida:
Hechizado por tu perfume,
Sólo así me siento vivo
Dulces recuerdos regresan:
El calor de tu abrazo
Y la frescura de tus besos.

Embriagado de tu perfume,
Sueños de amor, triste poeta,
Nacen versos de anhelo,
Agudo dolor de mi pecho
Roja herida de espinas de rosa.
Lágrimas rodando extraviadas
Sobre las pálidas líneas 
De las páginas de un cuaderno.


II

Tu aroma es mi veneno
Ahora, lejos de ti, amor,
Fluye por toda mi sangre
Y abrasa cruelmente mi pecho
Retorciéndome, lo inhalo obstinado
¡Ay, sólo así te siento de nuevo!

Loco y envenenado huyo fuera
Buscando hambriento tu rostro
Fuego que quema por dentro
Y reduce a cenizas mis entrañas.
Añorando obstinado
Esa muerte que tanto deseo 
Y no quiere llegarme
Envenenado por tu aroma.

martes, 4 de junio de 2019

En mitad de la noche


En mitad de la noche
Nace un arco iris doble
Sobre un cielo gris plomizo
Un rayo de luna se filtra
Entre unos labios que se rozan.
Y brota un temblor
Mil años dormido
Fluye la vida a golpes
Al frenético ritmo que marcan
Dos corazones encabritados.
Se cierra la noche
Y brilla en el cielo
Un arco iris de colores

miércoles, 6 de marzo de 2019

Muerto viviente

Resultado de imagen de zombi

Hace ya tiempo que no tengo alma
Tan solo soy un gris cuerpo viviente
Que despierta, come, labora y duerme.
No sufre ni padece, siempre en calma.

Y no es que haya perdido el ánima,
Nadie la ha arrebatado de mi vientre
Ni la llevó el diablo entre los dientes
Simplemente, la di como una alhaja.

Tal vez se me marchara inadvertida,
Envuelta entre poemas de papel
O volando en un beso inocente.

Quizá pereció entre hielo aterida
En un corazón rosa de hiel
O calcinada en aquel beso ardiente.

domingo, 3 de marzo de 2019

Nueve de marzo

Imagen relacionada


       Es nueve de marzo. Otra vez. Los recuerdos fluyen, mientras otra parte del cerebro trata de asentar en su cuadrícula imaginaria la respuesta a la pregunta “¿qué estabas haciendo tal día como hoy hace tres, seis, ocho, equis… años?”. Recordar es volver a vivir; y cada nueve de marzo tiene muchos momentos intensos para revivir.



         El nueve de marzo de aquel año era viernes. El día jugaba con las nubes y los claros. Me veo caminando por una avenida invadido por una ansiedad desbordante, esperando su llamada para una segunda cita. Un segundo café. En el bolsillo de mi chaquetón palpitaba un sobre con cuatro folios de versos que le iba a entregar aquella tarde. Iba a ser una despedida. Estaba asumido que aquella  hermosa historia que acababa de nacer no iba a poder seguir adelante. Sería la primera de una larga serie de despedidas. Años después, en otro golpe de lucidez, me di cuenta de la repetición de una misma historia, mejor dicho, de un mismo patrón para las historias: cuando era que sí, era un “sí pero no”, sin embargo, cuando era que no, era un “no pero sí”. 

         Al fin llegó la hora del encuentro y poco es lo que recuerdo de lo que hablamos y de lo que callamos. Mi excitación, mi temblor, mis palpitaciones con mi alma desnuda ante sus ojos. Supongo que las palabras eran lo de menos. Un “esto no puede ser, no tiene futuro, hay que dejarlo aquí…”, en fin, supongo que lo que se dicen en estos casos dos amantes cobardes. Sé que al final le entregué el sobre con los versos. Casi se me olvida. Y nos fuimos. No hubo beso, ni abrazo. Mil ojos parecían vigilar nuestro desliz y nos hallábamos paralizados ante las miradas de nuestras culpas.


        A la mañana siguiente, sábado, me hallaba en la cocina de mi casa bañada por el vaivén de la luz áspera de una mañana de nubes y claros. Estaba hablando solo, inventando un discurso imposible para ella, ajeno al resto del mundo y buscando el modo de asumir su pérdida. Soñando que cocinaba para ella. Viviendo inmerso en esa fantasía inundada de luz.

     Días más tarde el sonido del teléfono con su nombre en la pantalla dispararía otra vez todas mis ilusiones, embargados en otra época breve de “sí, pero no”. Y aquella historia pasó por las etapas del vino: un mosto dulce, un caldo embriagador y finalmente, un turbio vinagre.



       Los años siguientes, este nueve de marzo traía el recuerdo de aquellos días, ora con nostalgia, ora con amargura. La misma luz, las mismas nubes, los mismos claros. El mismo río, aunque con distintas aguas.



       Tres años más tarde, aquel nueve de marzo era un martes. Era una mañana luminosa en Santiago, y la actividad del hospital se encontraba centrada en el momento de los desayunos y los repartos de medicación. Su recuperación estaba siendo exitosa e increíble. Resultaba sorprendente pensar que cinco días antes ella hubiera estado con la cabeza abierta en una mesa de quirófano. Había recuperado el brillo de su mirada y sólo un vendaje elástico a modo de turbante quedaba como estigma de la intervención. Sentada en una silla a los pies de la cama, ante el tablero plegable que hacía las veces de mesa, se disponía a desayunar, vestida con un pijama azul y su bata de color blanco roto. Café con leche, galletas, un bollo de pan y un envase con mermelada de fresa, su favorita. 



       Necesitaba un poco de ayuda, por el desvalimiento que le infligía el tener las vías cogidas para administración de suero y medicación urgente si fuera preciso. Mientras ella disolvía el azúcar en su café con leche, yo le ayudaba abriendo a la mitad un bollo de pan para untárselo con la mermelada. Le estaba sonriendo con dulzura, satisfecho por su recuperación, y apenado por todo lo que había pasado en el mes anterior. Dentro de muy poco podríamos regresar a casa, en cuanto llegaran los resultados.



     En ese momento, suena el teléfono en mi bolsillo. Era el compañero que me había quedado de llamarme en cuando se supiera algo. La frase fue lapidara: 

“se confirma lo no bueno” 




      En ese instante, el mundo se disolvió a mi alrededor y el corazón parecía detenerse dentro del pecho a la vez que me empezaban a temblar las manos y sentía un cosquilleo por la piel porque se me estaba poniendo todo el vello de punta. A penas le pude seguir untando la mermelada sobre el pan, atrapado entre el dolor que me causaba aquel golpe y la necesidad de aparentar calma y normalidad delante de ella. Tenía que aguantar el tipo para que no notara, de momento, la llegada de esa funesta noticia. Le di las gracias y colgué mientras trataba de recomponer el gesto y articular una mentira con la que ocultar el contenido de la llamada. No pareció haberse dado cuenta.


       Un verdadero anuncio de muerte del que colgaba el faldón de una futura y definitiva despedida de aquella que había sido mi fiel compañera durante más de 30 años. La vida y la muerte, caras de una misma moneda de nombre desconocido, se nos venían encima. 



        Articulé la excusa de irle a comprar una revista. Bajé por las escaleras envuelto en la amenazante claridad de la luz de primeros de marzo, mientras con las manos temblorosas trataba de llamar a este compañero para ampliar la información sobre lo que me acababa de decir. No había duda: todos los estudios iniciales del tejido extirpado confirmaban la existencia un glioma de alto grado: unos pocos meses de supervivencia por delante siguiendo el duro camino de radio y quimioterapia. Lejos de terminar aquella pesadilla con una exitosa intervención seguida de una excelente recuperación, comenzaba una horrible pesadilla llena de incertidumbres y una horripilante certeza.



         Recuerdo emplear el resto de la mañana en la preparación del modo de darle la mala noticia. La conversación fue al mediodía. Recuerdo su llanto, su desesperación, su “¿entonces, no podré vivir para ver crecer a mis hijos?”. A la vez, aplicar el bálsamo de la esperanza, fundamentada en el éxito de la intervención, de que quizá los tratamientos que iba a recibir podían detener la evolución de la enfermedad. En fin, a esperanzas y argumentos a los que uno se intenta aferrar en semejantes momentos de la vida y que ayudan a seguir adelante. Al fin y al cabo fue la esperanza lo que quedó dentro de la caja de Pandora. 



        Por la tarde, recibió la visita de sus compañeras de trabajo envuelta en la luz amarilla de media tarde que penetraba por las ventanas de la sala de estar, mientras yo paseaba por los alrededores del hospital con otro amigo intentado digerir la noticia, a la vez que él me corroboraba los peores de los presagios. A solas ya, más paseos de pasillo en pasillo haciendo planes e hipótesis de futuro, de un futuro en el que iba a faltar ella. Se habló hasta del funeral. Una llamada para contar a su hermano de lo que había y lo que iba a pasar.


        A última hora de la tarde, tras recorrer por completo aquella quinta planta, terminamos nuestros pasos al fondo de un pasillo, ante una ventana por la que contemplábamos la puesta de sol entre los montes que rodean Santiago. Las lágrimas vinieron a mis ojos por primera vez en muchos años. “Te juro que hoy me cambiaría por ti”. Sentía que hacía tiempo que la vida me sobraba, que era totalmente prescindible, mientras que ella era mucho más necesaria que yo. Y terminé maldiciendo otra vez a aquel dios que me enseñaron a temer y amar en la infancia y con el que llevo tanto tiempo de malas relaciones. La abracé tiernamente mientras ella me arrancaba entre lágrimas la promesa de que jamás abandonaría a nuestros hijos.


        Al día siguiente, envueltos en la luz dura de primera hora de la tarde, nos encontrábamos en la carretera llenos de zozobra y dolor. Preparando el difícil momento del regreso a casa. Me pareció muy extraño el salón de nuestra casa; no parecía el mismo iluminado por esa luz intensa y amarilla de media tarde que se filtraba entre los estores de algodón. Tratando de mantener la compostura ante la alegría de aquellos que ignoraban la mala noticia. Intentar aparentar una normalidad mientras nada era normal. Y momentos de intimidad, ocultos en el cuarto de baño en los que intentaba brindarle apoyo a la vez que trababa de contener su angustia y su terror. Siguieron noches de insomnio, de angustia ante el futuro, de náuseas... Y preguntas para las que no se encuentra respuesta: “¿Por qué yo?, ¿por qué a mí?”


        Murió diecisiete meses después. Ocurrió una noche de agosto mientras dormía profundamente el coma inducido por la medicación que se le administraba desde hacía dos días. Simplemente, dejó de respirar. Y se fue así para siempre.


    Salgo de mis recuerdos como una trucha que aflora a la superficie del agua. No a coger, aire ni a comer una mosca, sino a mirar cara a cara esa luz dura a cuya estela vienen prendidos estos recuerdos. Del primero queda una mancha seca de vinagre. Del segundo una herida que poco a poco va dejando su cicatriz para la posteridad.

        Otro nueve de marzo...